Filosofia politica latinoamericana
El tema de la filosofía latinoamericana presenta una duda
inicial, José Gaos se ha preguntado “¿Hay razón de ser hombres de lengua
española o de América para no satisfacerse con la filosofía, por ejemplo, de
lengua inglesa o con la filosofía Europea sino, Asiática?1”. Sabemos que la
humanidad ha desarrollado una rica tradición filosófica. Las problemáticas que
han aquejado a cada época están prolijamente detalladas en una multiplicidad de
textos, hoy día, canónicos. Entonces, ¿existe alguna razón para que nosotros,
hombres de esta América, no nos contentemos con esta rica tradición? Parece que
si, porque la historia de las ideas en Latinoamérica está marcada por un deseo
constante de encontrar el camino de la propia filosofía. Si para los
primeros filósofos griegos la filosofía es afán de saber, ese afán, en
Latinoamérica siempre se ha presentado como la voluntad de dar respuesta nada
más y nada menos, a nuestra capacidad y posibilidad de pensar. Tal es el
desafío lanzado desde los primeros escritos surgidos en el continente;
interrogación por una filosofía americana que se reconoce como un planteamiento
desde América y para americanos, problemática que contradice histórica y
temáticamente la intención de situar la filosofía como una reflexión referida a
problemas universales, eternos, y en tanto que tal, no sometida a
determinaciones temporales ni regionales.
2 José Vasconcelos, citado por Manfredo Kempff
Mercado en HISTORIA DE LA FILOSOFÍA AMERICANA.
Cuando se pregunta por la existencia de una filosofía americana, se hace partiendo del sentimiento de una diversidad, es la conciencia de la distinción y la diferencia, lo que guía el ejercicio teórico desde el contexto regional al plano de las ideas. Para el mexicano José Vasconcelos, subyace en esta preocupación un deseo de reconocimiento e identidad: “Bien visto y hablando con toda verdad, casi no nos reconoce el europeo ni nosotros nos reconocemos en él. Tampoco sería legítimo hablar de un retorno a lo indígena (...) por que no nos reconocemos en el indígena ni el indio nos reconoce a nosotros. La América española es de esta suerte lo nuevo por excelencia, novedad no sólo de territorio, también de alma”2.
3La duda que se presenta frente al planteamiento de
Vasconcelos es acerca del carácter de la distinción, en base a qué surge este
sentimiento de distinción o mejor aún, ¿cuáles son los caracteres distintivos
que ofrece el pensamiento filosófico latinoamericano? Lo cual a su vez nos
lleva a preguntarnos acerca de la unidad de pensamiento en nuestra región. ¿Es
lícito tomar a Latinoamérica como un solo cuerpo?
3 Esto puede ser constatado desde el desarrollo
que tubo el positivismo en el siglo XIX, hasta los c (...)
4 Alejandro Korn. FILOSOFÍA ARGENTINA. En obras
completas. Ed. Claridad. Buenos Aires. Pág. 29.
4En primer lugar, se ha tomado a Latinoamérica como un solo cuerpo,
en virtud de la similar evolución que han tenido las ideas en los distintos
países. En Chile, en México, en Argentina, en Perú y en gran parte del
continente, se dan los mismos períodos de desenvolvimiento filosófico. Además
operan las mismas influencias con efectos análogos y se producen muy semejantes
frutos intelectuales. Lo último, además, es significativo para comprender las
diferencias de la reflexión latinoamericana con el pensar europeo. Si bien es
cierto, las corrientes filosóficas llegan como influencias continentales –en la
mayoría de los países los mismos autores y tendencias en un mismo período de
tiempo3–,
también, es fácil constatar, que los pensadores locales, al apropiarse de
ellas, las han desarraigado de sus creadores, las han deformado hasta hacerlas
irreconocibles a los ojos de sus autores. En los albores del pensamiento
latinoamericano, un argentino, Alejandro Korn, ya daba cuenta de ello: “De
allende los mares recibimos, en efecto, la indumentaria y la filosofía
confeccionadas. Sin embargo; al artículo importado le imprimimos nuestro sello.
Si a nosotros se nos escapa, no deja de sorprender al extranjero que nos
visita; suele descubrirnos más rasgos propios –buenos o malos– de cuanto
nosotros mismos sospechábamos”4.
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